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Posted in Israel, Palestine by Deputy city editor on September 2, 2010

His reward is abuse. Ali Abunimah

Men in black

Posted in Israel by Deputy city editor on June 14, 2010

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Tel Aviv, 11 June 2010

Running man

Posted in Israel, Tel Aviv by Deputy city editor on June 14, 2010

tel aviv

Tel Aviv, 12 June 2010

Holy Land

Posted in Israel, Palestine by Deputy city editor on June 14, 2010

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Jerusalem, 12 June 2010

Women in Black

Posted in Israel, Tel Aviv by Deputy city editor on June 14, 2010

Tel Aviv, 12 June 2010

“No había inocentes en Gaza”

Posted in Gaza, Israel by Deputy city editor on July 15, 2009

26 soldados que participaron en la guerra explican a una ONG israelí las atrocidades perpetradas durante 22 días de contienda

JUAN MIGUEL MUÑOZ – El País – Jerusalén – 15/07/2009

“Abrimos fuego y no hacemos preguntas”. “Nos dijeron que debíamos arrasar la mayor parte posible de nuestra zona”. “Mi comandante me dijo, medio sonriendo, medio serio, que esas demoliciones podrían añadirse a su lista de crímenes de guerra”. “Si alguna vez nos hablaron de inocentes, fue para decirnos que no había inocentes”. Es el turno de los soldados israelíes. Dirigentes, académicos y analistas hebreos; políticos y civiles palestinos; organizaciones no gubernamentales internacionales y locales; Naciones Unidas. Todos han investigado y extraído conclusiones de la guerra que el Ejército israelí lanzó contra Gaza el invierno pasado. ¿Guerra? “¿Es realmente plausible denominar batallas al bombardeo con artillería y tanques, y al fuego lanzado desde helicópteros y aviones?”, se pregunta el abogado Michael Sfard, defensor ante los tribunales israelíes de muchas víctimas palestinas del Ejército. “Es el ataque más duro que ha infligido el Estado de Israel a una zona urbana densamente poblada por civiles”, añade Sfard. Algún ex diplomático israelí confiesa, exigiendo no ser citado, que las operaciones por tierra, después de la primera semana de bombardeos aéreos, fueron “un exceso”. Pero ahora lo han contado a Breaking the Silence (Rompiendo el Silencio), una ONG israelí, 26 militares que participaron en la campaña. Algunos se plantaron ante las cámaras y prefirieron que su rostro fuera difuminado. Otro, como el experimentado sargento reservista Amir, a cara descubierta. Su descripción provoca escalofríos y explica por qué varias zonas de Gaza parecían devastadas por un terremoto. A todos ellos les resultará muy difícil tragarse la coletilla que los líderes de su país utilizan a destajo: “El Ejército de Israel”, dicen, “es el más moral del mundo”. La guerra de Gaza ha sido un punto y aparte. No hubo reglas y los crímenes de guerra, según la ONG, no fueron ni mucho menos hechos aislados.

Todo fue diseñado para acometer una “guerra sin bajas”, en palabras de Sfard. Y como relata Yehuda Shaul, uno de los directivos de Breaking the Silence, “la mejor manera de defenderse es disparando fuego masivamente. Así el enemigo no saca la cabeza. Se bombardearon barrios y viviendas sabiendo que se iba a matar a civiles. Después de lanzar octavillas sobre un barrio, se decidió que se podía matar a quien fuera”. 1.400 palestinos perdieron la vida en 22 días de contienda, una gran mayoría de ellos civiles. Las milicias palestinas mataron a tres inocentes israelíes con cohetes kassam. De los nueve soldados caídos, cuatro lo fueron por fuego amigo. Unas 50.000 casas, 200 escuelas, casi un millar de fábricas fueron dañadas o convertidas en ruinas, según Naciones Unidas. La lucha entre militares y milicianos fue la excepción en una campaña en la que soldados disparaban contra depósitos de agua por aburrimiento; en la que se lanzaron bombas de fósforo en zonas civiles, en las que muchos soldados se dieron al pillaje, y en la que se disparaban cañones para despertar a una compañía.

“Las reglas de combate no distinguieron entre combatientes y civiles; no tuvieron en consideración que los combates tuvieron lugar en una zona donde debía conocerse la presencia de niños, mujeres y ancianos; se emplearon armas con un radio de precisión inapropiado para áreas llenas de civiles; la amplia devastación; la destrucción sistemática; su increíble magnitud; la destrucción de casas, apartamentos, edificios públicos y propiedades, en muchos casos sin que respondiera a una aparente necesidad militar”, precisa Sfard. “Disparar a cualquiera que se supone no debe estar en un lugar” fue una regla destinada a impedir bajas propias. A cualquier precio. No se daban órdenes precisas, pero todos los soldados coinciden en que había que hacer lo que fuera para no caer heridos. Un militar admite que se empleó con profusión la denominada “entrada mojada”. Es decir, el allanamiento de una casa a tiro limpio. En ocasiones lanzando misiles o proyectiles antitanque. Después se comprobaría lo que había dentro.

La destrucción, deliberada según los testimonios, fue minuciosamente planificada. Antes de la guerra, durante el entrenamiento, “nos dimos cuenta de que esta vez no se trataba de una campaña, sino de una guerra en la que te quitas los guantes… Las consideraciones que estábamos acostumbrados a escuchar sobre las reglas de combate, y los esfuerzos por no dañar a inocentes no se escucharon esta vez. Al contrario… Un comandante nos dijo que no habría segundos pensamientos sobre cualquier amenaza, real o imaginaria, que pudiéramos sentir… La idea era abrir fuego y no intentar considerar las repercusiones. Ante cualquier obstáculo, ante cualquier problema, abrimos fuego y no hacemos preguntas. Si hay un vehículo en el camino, se aplasta; si hay un edificio se bombardea. Éste es el espíritu que se transmitió durante el entrenamiento”, relata Amir.

El componente religioso también jugó su papel. “Se repartieron pasquines con el sello del Ejército y su Rabinato que contenían material político explícito: los palestinos eran descritos como los filisteos, nuevos en esta tierra. Como alienígenas en esta tierra que nosotros debemos retomar. Luego el rabino Chen nos habló de la santidad del pueblo de Israel y de que estábamos luchando en una guerra entre la luz y la oscuridad llena de connotaciones apocalípticas y escatológicas. El lenguaje era altamente mesiánico. La guerra entre la luz y la oscuridad era la preparación para la redención. Pero más perturbador que este asunto religioso era la demonización del otro, los hijos de la oscuridad, mientras nosotros éramos los hijos de la luz. Esto es muy problemático porque se podría esperar que se hiciera una distinción con los civiles”, narra otro militar.

Un activista de la ONG israelí Breaking the Silence le pregunta a Amir, que ha servido en Gaza y Cisjordania varias veces como reservista: ¿Esto era nuevo para ti? “Sí. Sin ninguna sombra de duda… Nunca tuve permiso o recibí instrucciones para comportarme de este modo… De alguna manera, el Ejército siempre planteaba vías para tratar de evitar heridos. En esta ocasión, la sensación era la contraria. Como si herir a civiles no jugara un papel en las consideraciones… Si alguna vez nos hablaron de inocentes fue para decirnos que no habría inocentes. Todos allí eran el enemigo. Es una frase que escuchamos al comandante de la brigada… No había normas para el combate. La norma era disparar”.

Relata un soldado que observó a un hombre con una antorcha y camisa blanca aproximarse. Pidió a su comandante permiso varias veces para realizar disparos de disuasión (a metros de distancia para que el palestino se detuviera) tras informarle de que el hombre no iba armado. El oficial no se lo concedió. Cuando ya estaba muy cerca, cuanta el uniformado: “De pronto una explosión de fuego que venía de arriba nos hizo saltar a todos. El hombre comenzó a chillar. No lo olvidaré mientras viva. Todo el mundo disparaba y el hombre gritaba. El comandante bajó las escaleras y dijo: ‘Este es el comienzo de la noche’. Se preguntó al comandante porque no había autorizado el fuego de disuasión, y contestó: ‘Es de noche y era un terrorista’. Cuando le dijimos que el hombre sólo llevaba una antorcha, respondió: ‘No importa, era de noche’… Al día siguiente enviamos a un perro para detectar si tenía explosivos. No tenía nada. Sólo su antorcha.

Mientras el presidente Simón Peres y varios miembros del Gobierno repitieron hasta la saciedad que Hamás y los demás grupos armados palestinos utilizaron escudos humanos en sus operaciones y que sus acusaciones eran propaganda, resulta patente, a tenor de estos testimonios, que el Ejército israelí sí los utilizó. “Johnnies”. Así llamaban los uniformados a los palestinos que eran forzados, encañonados y maniatados, a entrar en las casas sospechosas de albergar a milicianos. En alguna ocasión, alguno debió entrar más de una vez para tratar de convencer a los hombres armados milicianos de que se rindieran. ¿Y si no se rendían, se derribaba la casa sobre ellos? “Sí”, contesta un sargento de la Brigada Golani. Otras veces obligaban a los palestinos a taladrar paredes con martillos mecánicos para eludir cualquier riesgo de que los soldados se toparan con una trampa explosiva.

“No era necesario tanto fuego. Tengo la sensación de que el Ejército buscaba una oportunidad para llevar a cabo una demostración de fuerza espectacular. Es la única explicación para el uso de morteros dentro de una zona urbana”, explica un sargento de una brigada de infantería que fue enviado a Netzarim, al sur de la ciudad de Gaza. “Los objetivos de la guerra eran vagos. Pero nos dijeron que debíamos arrasar la mayor parte de la zona posible. Esto es un eufemismo de destrucción sistemática”. El suboficial explica que las casas se derribaban por dos razones. Una operacional: la sospecha de que en una vivienda se guardaban armas, o si de ella partían túneles, o si había señales de que se había excavado. El segundo motivo lo denominaron “El día después”, teniendo siempre en mente que la operación era de duración limitada. “La idea era dejar un área estéril detrás de nosotros cuando nos marcháramos. Y el mejor modo para lograrlo era arrasar la zona. Así tendríamos buena capacidad de fuego, visibilidad abierta. Podíamos verlo todo. Eso significaba las demoliciones para el “Día Después”. En la práctica, esto supuso derribar casas que no eran sospechosas. Puedo incluso decir que, en una conversación con mi comandante, mencionó, medio sonriente, medio triste, que esto podría añadirse a su lista de crímenes de guerra”.

No se escatimaron métodos ni recursos. “Todos los medios de destrucción se utilizaron, al menos los que yo conozco. Las casas eran demolidas con excavadoras D-9 que trabajaban continuamente, pero la artillería, helicópteros, tanques y aviones también se emplearon. Y morteros de 81 milímetros, creo. Y, por supuesto, unidades especiales de ingenieros que hicieron explosiones controladas de casas. Las explosiones eran constantes. No siempre sabían porqué, pero volaban casas diariamente”. En los alrededores de donde se instaló la compañía de este sargento no hubo combates. “No, no. En general no vimos a nadie vivo, excepto los soldados”. También con experiencia en la franja de Gaza, el sargento coincide con los demás militares: “La destrucción fue en una escala diferente. Nunca había conocido semejante poder de fuego”.

¿Que te preocupa de esta operación? Y responde otro soldado: “Primero, tanta destrucción, todo ese fuego contra inocentes. La conmoción de darme cuenta de con quien he estado en esto. ¡Como se comportaban mis compañeros! Es asombroso, inconcebible… Todo ese odio, disfrutar matando. (Decían): ‘He matado a un terrorista, uuuau’. ‘Le reventamos la cabeza”. Otro compañero se muestra aliviado por haber sido destinado a otra unidad con soldados más veteranos. “No eran de gatillo fácil”, comenta.

El Ejército lamentó que otra ONG haya difundido un informe con testimonios anónimos. Al menos uno, el del sargento Amir, no lo es.

The New Yorker finds a comedian to hate

Posted in anti-semitism, Dieudonné, France, Israel, juifs, New Yorker magazine, zionism by Deputy city editor on November 16, 2007

 

Gift of God

Gift of God

Dieudonné M’Bala M’Bala

Accusations of anti-semitism are now thrown around so carelessly that I confess my antennae quivered when The New Yorker arrived this week, the cover flap declaring a new anti-semitic phenomenon: “Hate comedy.”

The target of the piece by Tom Reiss, styled as a “letter from Paris,” is the French comedian Dieudonné M’Bala M’Bala. Dieudonné is, without doubt, notorious as a comedian who has consistently ignored boundaries and been careless in his associations. But Reiss seems pretty careless, too.

Reiss declares Dieudonné to be a “committed and vocal anti-semite” and guilty of “sheer malevolence.” But the piece is itself pretty demagogic and the evidence presented is tendentious and malevolent.

The first question must be: just what does Reiss mean by anti-semitism? Racial anti-semitism? It is doubtful this charge can be made to stick. Anti-zionism? A refusal to excuse Israel’s behaviour by reference to past Jewish victimhood? This seems closer to what appears to concern Reiss.

Reiss considers the beginning of the Dieudonné affair the appearance by the comedian in December 2003 on the TV program On ne peut pas plaire à tout le monde which Reiss describes as a popular political chat show “in which celebrities discussed issues in a civil round-table atmosphere” (suggesting to me that Reiss has never watched it, as the show was typically a riotous affair).

Even by the standards of this often wild programme, the episode in question was a classic. Dieudonné performed a sketch in which he denounced the American-Zionist axis before raising his arm and proclaiming, “Isra-heil.” This is transgressive. Insulting. But anti-semitic? Dieudonné was in character, for heaven’s sake. You can watch this clip here on YouTube.

There is no doubt that Dieudonné loathes Zionism and that he does so on republican principles. He opposes what the French call communautarisme which elevates the rights and claims of minorites above the republican notion of equality. And he loathes the professional witch-hunters who equate any mockery of Zionism or Israel with anti-semitism.

Reiss does not consider this, nor the consequences. Instead, he implies that Dieudonné is either personally responsible for or has inspired “a wave of attacks” against Jews and their property.

Reiss approvingly quotes Sammy Ghozlan, head of the Bureau national de vigilance contre l’antisemitisme, who says Dieudonné “influenced” the killers of Ilan Halimi, a Jewish mobile phone salesman notoriously murdered in Paris last year. But there is not a shred of evidence adduced to support this. Dieudonné is unknown to have attacked anyone, or to have advocated violence – although he has himself been physically attacked by Jewish militants.

Reiss goes on to lengthily quote two more of the least convincing witnesses imaginable: Alan Finkielkraut, a notorious reactionary not averse to hurling racially-tinged insults himself, and the ridiculous Bernard-Henri Lévy, who seems to have entertained Reiss in his lavish apartment on the left bank.

Dieudonné unsettles. He is a confrontational comedian. One of his targets – among very many – is the siren of Jewish victimhood being used to suppress criticism of injustice perpetrated by Jews on others. Dieudonné is not an intellectual nor does he claim to be a profound thinker. He’s a brilliant comic who consistently and bravely attacks the powerful and pompous.

Reiss quotes him highly selectively. “Judaism is a scam. It’s one of the worst because it’s the first,'” Reiss quotes Dieudonné. This is what Dieudonné actually said:

« Le racisme a été inventé par Abraham. Le “peuple élu”, c’est le début du racisme. Les musulmans aujourd’hui renvoient la réponse du berger à la bergère. Juifs et musulmans pour moi, ça n’existe pas. Donc antisémite n’existe pas, parce que juif n’existe pas. Ce sont deux notions aussi stupides l’une que l’autre. Personne n’est juif ou alors tout le monde. Je ne comprends rien à cette histoire. Pour moi, les juifs, c’est une secte, une escroquerie. C’est une des plus graves parce que c’est la première. Certains musulmans prennent la même voie en ranimant des concepts comme la guerre sainte… ».

Maybe this isn’t deeply insightful, but it is rather more sophisticated than the scrap Reiss has fed us, isn’t it? Dieudonné is criticising not just Jewish exceptionalism, but also Muslim exceptionalism. It seems less specifically anti-semitic than anti-clerical (a fine French tradition).

Dieudonné disturbs because he refuses to exempt anyone from his contempt. Malevolent? Certainly. So was Lenny Bruce. Angry? A lot of people are angry with Israel, which continues to confound its critics by behaving ever more dreadfully than can be imagined. There are dozens of videos by Dieudonné on YouTube. It’s pretty clear watching half a dozen at random that he has contempt for more or less everything sacred. Branding him an anti-semite, on the evidence presented by Tom Reiss, is not just pretty vacuous. It aligns The New Yorker with the camp of Zionist zealots who are trying to shut down anyone who dares criticise them.